Llega la brisa fresca,
diáfana
perfumada de aromas de madera
húmeda y tierra mojada.
Por el cielo, figuras de
algodón
surcan, rápidas, el claro
celeste.
Los árboles se visten de oro
y fuego pasión, engalanados,
celebrando la merecida plenitud,
colmada por los frutos del
bosque.
La naturaleza entera estalla
en
una alegría sosegada,
melancólica,
animada por las notas
musicales
del viento al atravesar las
ramas
y la repentina danza
quebradiza
de las hojas doradas,
encendidas,
que con alborozado júbilo
festivo
vuelan aquí y allá, erráticas.
Un año más ha pasado y el
ciclo
se completa con lógica
exactitud.
Los tonos amarillos,
anaranjados,
rojos, dominan el delirante paisaje
que atrapa al espíritu más
sensible,
arrastrándolo al inevitable
éxtasis.
Paisaje otoñal, de
deslumbrante
belleza, siempre apelas al
recuerdo
de aquella fría noche de
vendaval
en que el amor tuvo a bien
visitarme
mientras bebía de la cálida
copa
el vino que haría palpitar mi
sangre.
©Javier Carrasco 2014