En mi labor docente he comprobado, al igual
que la mayoría de los profesores, que en los últimos años la estadística de
comportamiento disruptivo en las aulas de colegios e institutos se ha
disparado. Rara es la clase en la que no haya alumnado irrespetuoso con los
compañeros, los profesores y demás personal del entorno escolar, que no parece
mostrar el más mínimo interés por aprender y que poco o nada le preocupa su
formación o su futuro. Un verdadero problema para todos, pues suele trascender el
ámbito escolar.
La pregunta que surge entonces es: ¿en dónde
fallamos? Creo que culpar de ello sólo al sistema educativo y sus interminables reformas sería quedarse corto. De todas
formas resulta muy triste que en España siendo el tema de la educación tan
importante, sea únicamente tratado de forma demagógica por la política. No
existe el consenso que sí vemos en otros países del entorno europeo. Estamos
hablando de un problema de educación, pero de aquella parte de la educación del
individuo que corresponde al seno familiar, porque la educación de las personas
ha de entenderse desde una doble perspectiva: por un lado la que corresponde
ejercer a la familia como un deber inexcusable y desde la más tierna infancia,
vinculada ésta al comportamiento, la disciplina, las buenas maneras, el saber
estar, el respeto hacia los demás etc. Y por otro, la que se adquiere a través
de la enseñanza en colegios e institutos, que es una continuación de la que se
debe llevar a cabo en casa, en el ámbito familiar, pero sobre todo la orientada
hacia la amplitud de conocimientos y del desarrollo mental, de tal forma que al acabar el periodo de formación, las
personas se hallen preparadas para tomar parte activa en una sociedad
supuestamente democrática.
Sin duda, el problema de la falta de respeto
hacia los demás tiene su origen en la familia, que por regla general ha
descuidado este aspecto importante de la educación. Al niño –o la niña- desde
pequeñitos hay que enseñarles a distinguir entre lo que puede hacer y lo que no
debe hacer. Aquí fallamos bastante los españoles, porque somos demasiados
permisivos, y eso es un grave error. Si somos demasiados permisivos con nuestros
hijos, estos acaban ejerciendo de tiranos sobre nosotros –como vemos de vez en
cuando por ahí, niños y adolescentes comportándose como tales. Este problema
surge cuando no se ha corregido al niño a tiempo, haciéndole razonar que eso no está bien porque está molestando a
los demás, con los que debe mostrarse siempre respetuoso, porque, entre otras
cosas, eso le puede ocasionar
situaciones desagradables para él o ella. Claro, es una tarea ardua, a veces
ingrata, por ello algunos padres prefieren mirar hacia otro lado, por
comodidad, por indiferencia, para que no les molesten en sus “ocupadas”
vidas y esperan erróneamente que sean los profesores los que se encarguen de la
educación que ellos deberían aportar. Al final es como la bola de nieve que va
rodando y cada vez se va haciendo más grande, hasta que nos aplasta. A cuántos
padres y madres he escuchado lamentarse “ es que mi hijo/hija se me escapa de
las manos, ya no sé que hacer”. Está claro, no solucionaron el problema en su
momento. Todo esto se acrecienta aún más en casos de familias desestructuradas,
donde a veces los niños son víctimas de la ruptura y quedan abandonados a su
propia suerte, cuando no usados como arma arrojadiza por una y otra parte. Una verdadera tragedia para
los hijos.
Mención
aparte merecen aquellos casos de niños y adolescentes que provienen de familias
con escasos recursos, con problemas graves de toda índole. Lo normal es que se
tomen la estancia en el colegio o el
instituto como el refugio donde olvidarse de todo lo que en casa les aflige. En
estos casos, los profesores deben saber que se trata de situaciones especiales
en las que también se requieren estrategias diferentes. Por regla general son
chicos y chicas que necesitan afecto, porque han recibido poco o ninguno. Hay
que llegar a ellos por el corazón, nunca por la represión. Una vez que reciben
ese afecto estarán más dispuestos a participar, a respetar las normas y a
integrarse de manera positiva en el proceso de aprendizaje, y además, a su
manera, nos lo agradecerán para siempre.
Afortunadamente, los centros educativos
públicos cuentan hoy con medios personales
y materiales -mientras no apliquen recortes en Educación- capaces de afrontar con éxito esta problemática, aunque estos
medios de poco sirven sin la colaboración de las familias, que es fundamental.
Con el trabajo de los profesionales de la enseñanza y la participación de las
familias estaremos más cerca de encontrar soluciones, y aunque el trabajo sea
arduo y a veces desesperanzador, tanto para padres y madres como para
profesores, lo mejor es plantearlo como un reto, una prueba de oro, un saber y una experiencia de
incalculable valor que no suele aparecer
en los manuales de psicopedagogía. Porque ¿quién ha oído alguna vez decir
que educar sea tarea fácil?
©Javier Carrasco