Bastante triste quedé ayer cuando recibí la
noticia de manos de mi amigo Jesús Cano Henares en una conversación telefónica,
cuando no habían hecho más que aparecer los titulares en la prensa online. Una
enorme pérdida no sólo para las Letras sino para el mundo académico también. Mi
devoción por él arranca desde los ochenta, cuando yo era estudiante de filología
en la Universidad de Granada y su gran novela “En nombre de la Rosa” acababa de
ser publicada (1980). No pude leerla hasta años después, debido al contingente
de obras clásicas y de autores anglosajones que debía “devorar” para cumplir
con los currículos estudiantiles, pero no me perdí su magnífica versión llevada
a la gran pantalla por el director francés Jean-Jacques Annaud (1986)
y que nunca me canso de ver una y otra vez. No cabe duda que esta novela me
influyó bastante a la hora de escribir la mia,“La cantiga de Pedro de Aranda” (Árráez
Editores 2007) también ambientada en el medievo, aunque tratando un tema muy
diferente. Casi imposible era que no me dejara arrastrar por la fuerza
narrativa y el fabuloso tratamiento de la inriga del profesor de semiótica piamontés.
Otros dos libros suyos también me llegaron al
alma, “El péndulo de Foucault” (1988) que recuerdo en la primera lectura estar
rodeado de toda una batería de diccionarios (latín, francés, hebreo…) para “vivir”
esta historia mezcla de metaliteratura y thriller histórico, así como su “Baudolino”(2000),
otra vez de vuelta al medievo, la intriga y el género policiaco, pero en esta
ocasión con grandes dosis de picaresca, comedia e ironía.
Con gran pesar despedimos a uno de los
mejores novelistas de los siglos XX y XXI, que por fortuna, por otro lado queda
inmortalizado por unas obras que siempre llevaremos en el corazón mientras el “show”
continúe. Hasta siempre, querido Umberto.