Casi nadie duda hoy de la existencia del Jesús de Nazareth histórico, el
rabí de la secta nazarita que se reveló contra el judaísmo imperante al
servicio de la Roma imperial. La prueba
más evidente es la existencia de los cuatro evangelios del Nuevo Testamento,
que fueron escritos un siglo después, así como los llamados evangelios
apócrifos, no incluidos en la Biblia. Todos ellos hablan acerca de la vida y
enseñanzas de este gran personaje.
A Jesús le ocurrió un poco como a
Cristóbal Colón unos siglos después: ambos iniciaron un viaje que trascendió a
sus propias vidas. El primero murió sin saber que había sentado las bases de
una de las religiones más influyentes del mundo, y el segundo tampoco supo que
su nueva ruta a la India le había llevado a un vasto continente, desconocido
para casi todos. Grandes paradojas de la vida.
De esta manera, el rabí, al igual que otros tantos líderes
político-religiosos de la Palestina, provincia oriental del imperio romano, del
siglo I, se vio en la necesidad de luchar contra el poder opresor del judaísmo
oficial, representado por el rey Herodes y la casta sacerdotal del Templo, y
que no eran sino marionetas del poder imperialista de Roma, al que rendían
pleitesía, a cambio de ciertos privilegios. Un poco como ocurre hoy en día con
los gobiernos neoliberales al servicio del gran poder del FMI y de la Troika,
para que nos entendamos.
Su doctrina iba encaminada a liberar al pueblo judío oprimido y a
depurar al judaísmo del Templo, que se había amoldado a las exigencias de Roma,
apartándose por tanto de la tradición, corrompiéndose. Jesús, como la mayoría
de sus compatriotas, estaba harto de tanta barbarie, de tanto derramamiento de
sangre inútil, de tanta corrupción y entonces toma las riendas de un movimiento
revolucionario, ya iniciado por su primo asesinado Juan el Bautista, cuya
máxima pretende acabar con dicha barbarie y corrupción de poder: ama a tu
prójimo como a ti mismo. Una ideología basada en el amor como ésta en un mundo
lleno de salvajismo y calamidades se expandió por todo el orbe como la pólvora.
Casi dos mil años después, la ideología pacifista “hippie” toma planteamientos
similares ante la escalada bélica imperante en plena Guerra Fría.
Es en esa expansión de las enseñanzas de Jesús cuando empiezan a
producirse las por otro lado inevitables influencias de las culturas y
creencias locales, es decir, cuando el cristianismo pasa a Siria, Grecia,
Egipto, y es cuando comienza el proceso de “divinización” de su figura. Un dato
curioso es que en los evangelios jamás se llama él a si mismo “Hijo de Dios”,
costumbre esta que sí practicaban los emperadores y faraones, pero que en
tiempos de Jesús y en Palestina sería considerado un monumental sacrilegio. Así
pues cuando la nueva doctrina llega a un territorio extranjero sufre la
correspondiente “adaptación” al medio. Eso se ve claramente a lo largo de la
historia y con todas las grandes religiones.
No obstante, fue Roma la que más deformó y tergiversó la doctrina
cristiana originaria al traspasarla a su organizadísima sociedad estamental. Se
puede decir que a partir de aquí la Iglesia hereda las características de poder
imperialista que darán al traste con aquel primitivo mensaje lanzado por Jesús,
y que tantas controversias y magnicidios han producido con el devenir de los
siglos. He ahí otra gran paradoja: tanto afán en convertir a la pagana “ramera”
que a su vez trastocaría para siempre la esencia de la doctrina, el mensaje del
mesías libertador.
© Javier Carrasco