Es hecho
evidente que España es un país formado históricamente a partir de diferentes
reinos surgidos en la edad media y de ahí se explica la pluralidad cultural y
social existente, siempre enriquecedora. España no es una, como erróneamente
promulgaba el franquismo fascista o el afán imperial de los reyes católicos allá
en el siglo XV. Parte de ese rico patrimonio multicultural lo constituyen las
diferentes lenguas que a día de hoy se hablan en el país, patrimonio vivo,
porque lo forman los diferentes pueblos que las hablan.
Así pues, resulta patético que aún hoy, después
de tantos años de democracia pacífica, resalten voces en contra del uso de
otras lenguas distintas a la castellana dominante. Las lenguas, al igual que
los pueblos que las hablan, están sujetas a un nacimiento y evolución histórica
que algunos parecen ignorar. A excepción del euskera, cuyo origen es más difícil
determinar aunque todo apunta a que se trate de una lengua pre-indoeuropea, el
castellano, el catalán y el gallego/portugués son el resultado de la evolución
del latín, la lengua traída por los romanos, en la península ibérica. Son por
tanto lenguas que van unidas a manifestaciones culturales, con su propia
literatura.
Todo español o española debería sentirse
orgulloso por cada una de estas lenguas sujetas a culturas tan ricas y en
verdad resulta vergonzoso que desde el gobierno central no se haya potenciado
su estudio en colegios, institutos o universidades más allá de las fronteras de
las comunidades autónomas donde se hablan. Habría que darles la importancia
similar que se le da al estudio de otras lenguas habladas en otros países, como
son el inglés, francés, alemán, etc.
Resulta triste y paradójico que haya gente
que se indigne cuando se dirigen a ellos en otra lengua que no sea el
castellano, especialmente cuando se encuentran en Catalunya, Euskadi o Galicia.
Es normal que ocurra, nadie tiene por qué saber las lenguas que hablas. A mi me
ha pasado, me han confundido con un catalán o vasco, y cuando ven que sólo
hablo castellano me responden en la misma lengua, y si no –esto sólo me ha
ocurrido unas pocas veces – pues no me lo
tomo a mal, porque en la mayoría de los casos se debe a despistes y además
entiendo perfectamente lo que me están diciendo. Tienen todo el derecho del
mundo a hablarme en su lengua.
No me
gusta ser mal pensado, pero intuyo que los que se escandalizan por el uso de otras
lenguas distintas al castellano -y no por las desigualdades económicas y sociales que fomenta hoy en día el neoliberalismo capitalista, por ejemplo- es porque todavía conservan en sus conciencias
clichés del más casposo franquismo.
Javier Carrasco