Vivimos inmersos en una sociedad de consumo
convulsivo, dentro de una fase de capitalismo voraz, donde lo único que
preocupa es el dinero, la apariencia física, hacerse con el último modelo de
móvil o inventarnos una vida ficticia para compartir en las redes sociales con
gente que ni siquiera conocemos. En efecto, nos ha tocado una época en la que
el excesivo culto a lo material, a la vanidad más absurda, nos ha conducido no
sólo a la crisis económica sino a la de los valores humanos también.
Términos como “solidaridad”,
“compromiso” o “tolerancia” están cayendo en el olvido porque han dejado de estar de moda. Pero
centrémonos en el primero de estos términos.
Resulta lamentable ver como cada vez somos menos solidarios con los
demás, con las personas que están atravesando dificultades, con los refugiados,
los inmigrantes, que incluso llegan a ser víctimas del más despreciable racismo
y rechazo. Mientras que no nos toque a nosotros de lleno podemos estar
tranquilos, ¿verdad? Pero lo que ya
resulta repugnante de veras es cuando se menosprecia o se intenta ridiculizar a
aquellos que todavía mantienen la dignidad de tender una mano al necesitado, de
apoyarles en la lucha contra las injusticias generalmente provocadas por los
abusos de los que ostentan el poder económico.
Hemos olvidado que el género humano alcanzó su hegemonía en la escala
natural gracias a su capacidad de socialización, ya desde los tiempos en que
éramos tribus y nos organizábamos en grupos para que la caza de animales peligrosos
tuviera éxito. La unión hace la fuerza. Divide y vencerás. Nunca existieron
máximas tan ciertas.
Hoy en día la solidaridad de antaño ha sido reemplazada por la estúpida
competitividad, de la mano del neoliberalismo triunfante. Conviértete en el mejor
de todos, sé el primero y el más poderoso, caiga quien caiga. Así nos la meten
doblada una y otra vez.
Personalmente, simpatizo con aquellos grupos sociales y políticos que
pese a todo siguen apostando de manera desinteresada por la lucha contra las
injusticias sociales, y que no son ni “radicales” ni “podemitas” –como
despectivamente los llaman algunos cavernícolas trasnochados –sino personas
solidarias y comprometidas con sus semejantes. Los prefiero a aquellos otros
que fomentan las desigualdades y la pobreza para así poder enriquecerse. A
éstos, por supuesto, prefiero ni nombrarlos.