J. Carrasco.
Todo el mundo que ha estado en Almería y provincia sabe lo bien que se tapea. Los bares y restaurantes disponen de cartas de tapas variadas que hacen las delicias de la clientela y que van incluida en el precio de la bebida. De hecho la tapa es la joya de la corona de la gastronomía almeriense, una auténtica seña de identidad reconocida internacionalmente.
Ahora bien, a partir de la pandemia de la covid-19, algunos bares, sobre todo los ubicados en el centro de la capital, se han querido convertir en “restaurantes”en detrimento de la tan querida tapa, que ahora ha venido a ocupar un lugar marginal en todos los sentidos, pues ya no se le dedica la atención del periodo prepandémico. Algunos empresarios del sector argumentan que la tapa ya no es rentable y apuestan por los platos y raciones propios del restaurante. Así que en Almería capital al menos, el tradicional bar de tapeo peligra, cuestión ésta bastante triste, por el renombre que la tapa siempre ha dado a la provincia. Lo de que “la tapa ya no es rentable” a mi me suena a cuento chino, pues los bares de barrio y de la mayoría de los pueblos de la provincia las siguen sirviendo para regocijo del consumidor. Pensando un poco hay maneras de que sea rentable, todo es proponérselo. Y lo que me parece abusivo es que un bar, que no es restaurante, quiera funcionar como tal, así que ni lo uno ni lo otro, en perjuicio de la calidad y del buen servicio al cliente.
Particularmente, he decidido no visitar esos establecimientos que discriminan a la tapa y a los amantes de la misma, recordándoles el sabio refrán: la avaricia rompe el saco.