“¿Poeta? Si; yo ya había visto en el
fondo de las cosas la distinción de la tristeza, había dialogado con la Luna y
comenzaba a descubrir que las rosas guardan el encanto de haber sido mujeres.”
Así tituló D. Ramón Gómez de la Serna
la biografía que dedicó a su gran amigo y compañero de fatigas, un libro lleno
de encanto y humanidad, de amena lectura que ofrece un fascinante y muy
completo retrato de uno de los grandes escritores españoles del siglo XX. El
libro me lo recomendó mi compañero de claustro y excelente amigo José Manuel
Diez Ballester, doctor en filosofía, y yo desde aquí recomiendo como lectura de
gran provecho ydifícil olvido.
Gracias a esta obrita, de gran calado
humanístico, nos podemos acercar a la poderosa personalidad de este gran autor
que escribió de todo y para todos. Lo que más impresiona de su persona, aparte
de su sublime inteligencia, es su marmórea integridad, su ser consecuente
consigo mismo en todo momento, hasta el final de sus días, cualidad esta sólo
atribuible a los grandes espíritus libres, rebeldes, tan escasos en nuestro
tiempo. Así pues, don Ramón no se casa con nada ni con nadie: “Yo tengo que
buscar una profesión sin jefe…sin jefe sólo existe el escritor”. En efecto,
ejerció de escritor la mayor parte de su vida, y sólo al final, cuando tenía 68
años, aceptó el puesto de director de la Academia Española de Roma, justo antes
de morir.
Precisamente esa libertad de espíritu
y esa rebeldía le lleva de lleno a convertirse en el escritor bohemio por
excelencia, amante de las tertulias de café (el Universal, el Café de Levante,
la Granja del Henar...) y del Madrid nocturno, que arremete contra todo aquel
que osa “tocarle las narices”, sobre todo periodistas (perdió el brazo en una
pelea con un periodista “amigo” suyo), politiquillos de tres al cuarto y
mendrugos variopintos. Don Ramón prefería ser libre, escribir sobre lo que le
viniera en gana, y nunca dejarse comprar por el poder establecido. Alto fue el
precio que tuvo que pagar en la España sulfurosa que le tocó vivir, no muy
distinta de la situación que ahora atravesamos, pues la más rotunda pobreza le
acompañó a él y su familia la mayor parte de sus días.
Su obra se inicia con escarceos modernistas en la juventud, a la par que
su gran amigo el poeta Rubén Darío, como muestran sus “Sonatas” con prosa
rítmica, refinada y rica en efectos sensoriales. Aquí aparece su emblemático
personaje, el Marqués de Bradomín, “feo, católico y sentimental” una especie de
don. Juan chapado a la antigua a la par que mundano, lascivo y bohemio, sin
duda el alter ego de don Ramón.
Pero será con su obra de teatro
“Luces de Bohemía” con la que alcanzará la eternidad, la primera que utiliza el
recurso literario del “esperpento” donde lo trágico y lo burlesco se mezclan.
Max Estrella, el poeta protagonista lo explica en su célebre intervención de la
escena duodécima: “Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos
(alusión a los espejos de un comercio que había en el callejón del Gato) dan el
Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una
estética sistemática deformada.”
Secuencia de la película “Luces de
Bohemia”( Dir: Miguel Ángel Díez,1985) con la magistral interpretación de Paco
Rabal encarnando al poeta Max Estrella.
Aparte de su magnífica obra, “el
poeta barbudo” era famoso por sus anécdotas, la mayoría acontecidas en aquellas
tertulias nocturnas de los cafés. Don Ramón se encontraba allí en su salsa,
rodeado de un público que lo escuchaba sin pestañear. Era el lugar perfecto
para no dejar títere con cabeza. Gómez de la Serna ilustra la biografía de Don
Ramón con cientos de ellas, a cual más sorprendente, con la veracidad de que él
mismo fue testigo en presencia del poeta gallego, o bien les fueron contadas
con todo lujo de detalles por los propios hijos de Valle-Inclán.
Quisiera terminar el artículo/post describiendo una que ilustra a las claras
cómo se las gastaba Don Ramón con los listillos y majaderos:
“Un día, contando que entre las
arañas es muy corriente la homofagia fue interrumpido por un catecúmeno, que le
preguntó:
-¡Qué diablos es eso de la homofagia?
Don Ramón repuso con rapidez:
-El hecho de comer animales de la
misma especie…Usted, por ejemplo, sería homófago si comiera besugo.”
Estatua de Valle-Inclán en el Paseo
de Recoletos, Madrid