jueves, 27 de agosto de 2015

Sombras en el cementerio judío de Praga





   ¿Dónde estará el resto de la división?, ¿acaso se habrán pasado al bando de  los sublevados? No es de extrañar, tras los horribles sucesos acaecidos en las últimas semanas, culminando con el suicidio del Führer. No hay lugar a dudas: es el fin.
Quién te lo iba a decir, ironías del destino. Tú, oficial de las SS, mano derecha del “Carnicero de Praga”, el “Reichsprotektor” nombrado por el propio Führer para aplastar a la resistencia checa mediante la instauración del terror y la represión; tú, experto cazador de judíos, ahora atrapado en su viejo cementerio atestado de lápidas y con varias capas de enterramientos y cadáveres debajo tuyo, por la falta de terreno y la prohibición que tienen los judíos de no desenterrar a los muertos para trasladarlos a otros cementerios. El cazador cazado.



   Todo resulta demencial. Para colmo la resistencia se ha sublevado y ha tomado puntos estratégicos de la ciudad, a sabiendas que tanto las tropas norteamericanas por el oeste como el Ejército Rojo ruso al este, se hallan a las puertas de la ciudad. Puede que tu general  haya firmado ya las capitulaciones de rendición y se hayan retirado, como podría explicar la reducción de la crudeza del fuego y de los combates, tan arduos en los días anteriores. Puede que el Ejercito Rojo haya tomado ya la ciudad. En definitiva, tu vida corre serio peligro y salir de este escondite podría acarrearte serios problemas. Es fácil ser blanco de los francotiradores apostados por toda la ciudad, o ser sorprendido por las turbas de la resistencia checa ávida de sangre y venganza.

  No sabes que te has refugiado tras el sepulcro del célebre rabino  Judah Loew ben Bezalel, que vivió en el siglo XVI, estudioso del Talmud y de la Cábala, también matemático y astrónomo, conocido como el “Marahal de Praga”. Has oído hablar de él. Alguien te contó la leyenda que circula en la ciudad de que el piadoso y santo rabino había creado del barro un “golem”, una criatura gigantesca y deforme que defendiera a los judíos de la ciudad de los ataques antisemitas, muy cerca de donde ahora estás, en la sinagoga de  Altneuschul. Le infundió vida introduciéndole en la boca el “shem.”, es decir, una pequeña tira de pergamino con una inscripción mágica en hebreo que contenía el nombre de Yahveh, el Dios judío. Pero un aguerrido oficial de las SS no puede creerse ese cuento medieval que no asusta ni a los niños.


  El oficial alemán lleva muchas horas oculto, esperando algún momento de tranquilidad para abandonar la posición e intentar cruzar el puente que le lleve a la otra orilla del río y poder alcanzar el campo abierto, aunque no tenía muy claro hacia dónde debía dirigir su huida. El enemigo lo rodeaba por todas partes. Faltaba poco para que anocheciera y el viejo cementerio se cubrió de sombras y de un frío intenso. El oficial asió su pistola y estaba alerta, mirando en todas direcciones. De pronto oyó un ruido extraño, como el gruñido de una bestia, proveniente de su flanco derecho. Con ojo avizor miró hacia el lugar. Su semblante palideció. Una sombra gigante y deforme se agitaba tras unas lápidas medio derruidas. El terror se apoderó del oficial que sin pensarlo echó a correr a toda velocidad hacia las puertas del cementerio.  Un disparo atronador quebró el tenso silencio reinante antes de que cayera la noche. El oficial sintió como el fuego le quemaba la garganta, impidiéndole respirar. Cayó al suelo como un muñeco roto y quedó inerte sobre el suelo aún cubierto de nieve. 




© Javier Carrasco 2015