J. Carrasco.
Es una constante histórica que en periodos de crisis las sociedades se vuelvan conservadoras. Es lo que ha venido ocurriendo en buena parte del mundo desde el estallido de la crisis bursátil del 2008, de la cual muchos países, entre ellos España, no ha terminado de salir. Desde entonces en Europa y en América ha habido un claro resurgir de movimientos políticos asociados a la extrema derecha, que entroncan con el nazismo y el fascismo de la primera mitad del siglo XX, repitiéndose una serie de comportamientos afines a aquellas ideologías: nacionalismo anacrónico y ciego en la era de la globalización, racismo visceral y políticas sustentadas en el miedo y el odio hacia los que piensan de manera diferente.
Por desgracia, este fenómeno también ha tenido su repercusión en nuestro país. Para empezar, España fue el único país europeo donde no fue derrotado ni el fascismo ni el golpista que atentó contra el gobierno legítimo de la II República, al cual aniquiló. A la muerte del dictador, tras una vida ostentosa, con las manos manchadas de sangre hasta el último momento, tuvo lugar la llamada Transición que algunos consideran ejemplar, pero que no estuvo exenta de lucha, pues había sectores adictos al régimen que no estaban por la labor de democratizar al país, y que en nuestros días parte de la derecha ha querido “blanquear” a pesar de las atrocidades ocurridas, entre ellas el asesinato de abogados laboristas en Atocha, Madrid. Igualmente, miembros de la policía franquista, torturadores, no sólo permanecieron en el cuerpo, como si nada hubiera pasado, sino que además fueron condecorados con medallas ya en la democracia.
Estas características específicas de nuestra historia ha provocado que la derecha, en un amplio porcentaje, siempre ha estado vinculada a la dictadura y no ha llegado a alcanzar plenamente su esperada madurez democrática en la actualidad, como sí ha ocurrido en Francia, Alemania y otros países de la Europa central. Un indicador de que esto es evidente lo tenemos en el PP, partido de derechas que no ha puesto ningún cordón sanitario para evitar el avance de la extrema derecha, con la cual ha pactado para formar gobiernos autonómicos y municipales, anunciando ya que seguirá el mismo modelo para las Elecciones Generales del 23j. Ésta es la diferencia con la derecha europea, verdaderamente democrática que sí veta a la ultraderecha.
Otro factor sui géneris de la derecha antidemocrática española es la no aceptación de que la izquierda gane las elecciones o pacte para gobernar. Así lo ha venido demostrando desde el inicio del gobierno de coalición de izquierdas, encabezado por el socialista Pedro Sánchez, ejerciendo una oposición destructiva sin descanso, ni siquiera durante lo peor de la pandemia, que de manera insolidaria e irresponsable actuó siempre en contra de las medidas adoptadas por el gobierno para paliar sus mortíferos efectos (miles de ancianos murieron en residencias sin recibir atención médica en la comunidad de Madrid gobernada por Ayuso), o acusando incansablemente a la coalición de inconstitucional, ilegal, golpista, social-comunista, bolivariana, “gobierno Frankestein,” etc, por no hablar de los insultos y fomento del odio hacia el propio Pedro Sánchez y otros miembros del gobierno, o incluso querer resucitar a la ya extinta banda terrorista ETA. Todo ello orquestado desde redes sociales y plataformas mediáticas expertas en la difusión de “fake news”, al más puro estilo "Trump".
La derecha anti democrática española del PP se ha quitado finalmente la máscara y ha optado por pasearse al borde del precipicio. No han hecho más que empezar y todo apunta a que no tardarán en arrepentirse de tan malograda elección.